Vi a un viejo
Vi a un viejo de aspecto
desarreglado, medio chueco al caminar por anda uno a saber qué tipo de
problemas de columna o cintura, renegado hasta los pelos, al menos los pocos
pelos sin color que le quedaban a los costados de la mollera. Si hubiese sido
un chico de unos 10 años me habría asustado porque este señor andaba con ropa
rota y sucia, y llevaba una bolsa del supermercado de acá a la vuelta vacía y
toda arrugada. La gente pasaba y lo miraba como con una suerte de desprecio.
A medida que me acercaba a
él, ya que íbamos caminando por la misma vereda pero en el sentido contrario,
me di cuenta que le faltaba mucho más que 3/4 de dentadura y los pocos dientes
que le quedaban estaban todos picados. Ni bien estuve un poco mas de 3 metros
de distancia empezó a brotar en el aire un profundo olor a vino o alguna bebida
alcohólica, nunca fui bueno para esas cosas.
Es mas, además llevaba un
pucho encendido en la mano izquierda, dando cuenta que no solamente el alcohol
era un vicio para él. Hasta de vez en cuando tosía y carraspeaba con una voz
gruesa y ronca como esa que a uno le sale por las madrugadas cuando se levanta
temprano.
Los vecinos sabían contar que
ese hombre pasaba todas las tardes a la misma hora por la misma calle silbando
una sola melodía. Casualmente era un tango no sé cual, de no sé quién. A ese
hombre nadie lo conocía; no sabían su nombre ni de dónde salió; cómo llegó ni a
dónde se dirigía; sólo lo observaban pasar, caminar lentamente por la vereda.
Algunos bromeaban comentando que iba a gastar el asfalto pero parecía que a él
nada le importaba.
El tiempo no era su problema
y caminaba sin prisa ni pausa. Nunca nadie lo vieron detenerse aunque de vez en
cuando y cuando se notaba que tenía algún problema rengueaba solo.
Un día dejó de aparecer, dejó
de andar por esas veredas vacías y aburridas. Dejó el pucho, dejó el alcohol,
dejó sus vicios. Dejo la pobreza, dejo de ser ese hombre sucio que nadie
conocía que nunca nadie se le acercó por miedo o por prejuicio. Dejo absolutamente todo, pero no dejo de ser
él.
Sin nada, sin pobreza, sin
vicios, sin ser afectado por los prejuicios. Sin nada. Hoy ese hombre se
encuentra en una tumba, va, en un pozo con un par de flores de plástico
desgastadas por el viento y las tormentas, sucias, solas en el medio de la nada
y solo acompañadas por un pucho a medio fumar y una botella. Solo esta él, ahí,
sin nada más.
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