Pidiendo



¿Cómo hago para vivir con esa idea? Decime, ¿cómo hago? Es que es lo más irónico que pude pensar alguna vez. Tantas veces nos llenamos la boca hablando de que somos creyentes, que siempre Dios está en todos nosotros y que creemos en él. Y yo me pregunto ¿Creemos en él?

 Es una pregunta muy difícil de contestar, va, cada uno sabrá cuál es su respuesta en particular. Sin embargo en estos días se ha puesto de moda ser ateo, no creer en nada, vivir como si fueran animales a suerte del azar, como si todos los creyentes pensaran “mira fulanito, se la banca solo y por eso prefiere no creer en nada” como si fuese una especie de rudeza imponiéndose ante la mayoría. Resaltar o llamar la atención.

Sí, es cierto, más de uno me irá a criticar, y ya sé que nadie le cree el chamuyo a la iglesia de que todos relativamente somos hijos de Adán y Eva, que por culpa de esa puta manzana ahora todos estamos condenados. Ya sé. Pero por qué llegar al extremo de no creer en nada, es más hasta creo que es una especie de rebeldía adolescente que está de tendencia (Algún día entenderé a aquellos que deciden no creer).

¿Alguien cree en Dios? Sinceramente respóndanselo con una mano en el corazón. Muchas veces las personas se vuelven creyentes cuando más necesitan ayuda, como si fuese que es la última opción que queda, cuando nos encontramos en aprietos y nadie más nos puede salvar, es ahí cuando pedimos ayuda al barba de arriba.

 Cerramos los ojos, juntamos las palmas de las manos y susurramos bajito, como para que nadie nos escuche, para que nadie se entere, casi con vergüencita. No queremos que nadie se entere de lo que queremos, lo que necesitamos, de nuestros deseos, de nuestros problemas. Acudimos a la fe sólo cuando lo necesitamos, como si fuera el bombero espiritual que nos puede apagar el incendio, que nos calma inconscientemente y nos deja la puerta a la esperanza.

  Tal vez con un poco de culpa (sí, con un poco mucho de culpa), dándonos cosita, sintiéndonos como bichos raros rezamos pidiendo. Pidiendo, rezamos.

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