Yo también



   La infancia es eso que no recordamos con claridad, o que recordamos a medias. Esos momentos que recordamos con muchas nubes que incertidumbre, que cuando lo hacemos se nos dibuja una sonrisa en el rostro, con aires a nostalgia. Mirar todo desde abajo, sentir el olor del pastito recién cortado más intenso, sentir como la responsabilidad no caerá en mucho tiempo sobre tus hombros. Tener la chocolatada de las 5 de la tarde calentita, mirando dibujitos en la tele con la imagen media lluviosa porque papá todavía no llegó de trabajar para acomodar la antena. Y mientras tanto sentir el solcito de pleno octubre, tan cálido, como ponerse las medias después de bañarse, luego de que mamá las dejara apoyadas en el respaldo de la silla cerca de la salamandra para que se calienten.

   Yo también jugué a la rayuela y pensaba que el 7 y el 8 era el descanso antes de llegar al cielo y volver a la tierra; yo también me hacía el fumador maduro con un filtro de Malrboro que encontraba en la vereda o el humito que hacia con mi aliento en el invierno; yo también pensaba que las tizas era un lujo y que escribir con un pedazo de ladrillo era lo normal; yo también veía a los borrachos como personas malas y perversas; yo también le tenía miedo al viejo de la bolsa; yo también jugaba a la mancha y a las escondidas y me sentía piola cuando sacaba buena para todos mis compas; yo también hacía yapeyú cuando había que decidir algo importante entre mis amigos y primos; yo también ponía dos buzos para hacer de palos cuando jugaba a la pelota y cantaba que me llamaran Abbondanzieri cuando atajaba; yo también imaginaba que las gotas en el vidrio jugaban carreras para ver quien llegaba más rápido al fondo de la ventana y soñaba con que algún día de invierno conozca la nieve; yo también me apoyaba en el lomo de mi perro e imaginaba que era un caballo o le agarraba las patas delanteras y bailaba con él; yo también imaginaba que se inundaba la casa cuando mamá baldeaba el comedor; yo también me caí de la bici cuando intentaba pararme en el caño sólo para que mis compañeros me vean lo tanto que aprendí a manejar en dos ruedas; yo también jugué al opi a robar y de mentiritas; yo también metía las manos dentro del buzo y le decía a mi papá que había perdido los brazos; yo también daba vueltas y vueltas sobre el mismo lugar solo para sentir la rara sensación de marearse; yo también me sentía grande cuando me dieron mi primer billete y no monedas; yo también invité a un amigo a tomar la chocolatada a casa y mirar Dragon Ball Z; yo también reiniciaba el Sega en la parte que sabía que iba a perder y empezar todo de nuevo; yo también competía con mis primos con la altura para saber quien era más grade; yo también tuve una lapicera de 8 colores e intenté desplazar todos a la vez y siempre terminaba rendido ante la imposibilidad de realizar mi cometido; yo también era misteriosamente teletransportado por mi papá cuando me quedaba dormido en su lugar de la cama; yo también dormía con todos los muñecos al costado de la cama para que ninguno se sienta discriminado; yo también quería hacer un castillo de arena gigante y siempre terminaba siendo derrumbado por las olas de la playa; yo también estoy pensaba que si comía semillas se iba a crecer un árbol en mi estómago; yo también 

   Pensar solamente en jugar y nada más, tener la mente libre para pensar lo que uno quiera casi las 24 horas. Pero la rutina te endereza, te acostumbra a una sociedad que quizá de alguna manera cruel y descuidada no deja salir la inspiración, la imaginación y la creatividad. te hacen acostumbrar a que las cosas son así, y así deben ser. Que no hay otra forma. Tal vez, en algún momento, quizá en algún pensamiento muy loco, nos dejen ser quiénes somos.

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