Salgo a la calle
Salgo a la
calle, doy mis primeros pasos en estos pasillos llenos de personas
desconocidas, estoy rodeado de desconocidos. Todos caminando apurados, en su
mundo, en sus asuntos que a mi no me importan, no me incumben.
Todos viven
para lo mismo - y me incluyo - comer, dormir, reproducirse, trabajar, soñar.
Soñar. Soñar con un mundo mejor, para ellos mismos y los suyos. Nadie más.
Miran las noticias, se sorprenden, se horrorizan, se solidarizan con alguna
frase hecha una frase armada, se van, siguen caminando, se olvidan. Siguen con
sus asuntos. Se paran a mirar las vidrieras de los supermercados, se quejan de
los precios y entran a comprar. Salen enamorados de sus aparatos de última tecnología.
Sueñan,
anhelan, con el próximo teléfono inteligente de Apple o Samsung. Con esas zapatillas
de moda. Consumen.
Los más
viejos quizá piensan en juntar la moneda del laburo para que su hijo estudie y
sea lo que él no pudo ser. Un sueño frustrado.
Observan la
parte más marginal de la sociedad. Y miran para otro lado así no se sienten
culpables. Ignoran para no sentir el dolor, para no sentir culpa. Echan la
culpa al Estado, a los que más tienen. Aunque en el fondo ellos quieren que sus
hijos estén de ese lado.
Miran
partidos, el resultado del domingo, se entretienen con eso. Los jugadores son
su ejemplo a seguir ¿Alguien la conoce a Margarita Barrientos? ¿Quién es esa?
No, ni idea. Mirá el noticiero, otro político chorro. ¿Ves? Hay que sacarlos a
todos, que no quede nadie, son todos iguales.
Sienten frío,
se abrigan. Siguen caminando, siguen con sus asuntos. Nadie piensa por nadie.
Una corbata, prenda importada y peinado a la moda marca la diferencia. No miran
al cielo, saben que sigue ahí, ¿Para qué mirar? Es perder tiempo. Se puede
hacer más dinero con ese tiempo. Chequean la hora en su teléfono. Siguen.
Caminan.
Todo parece
tan normal. Todo tan igual.
Llego a casa,
pienso 20 segundos en todo eso. Sigo con lo mío.
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