Hay de todo
“Hay de todo”, dijo mi vieja cuando le pregunté sobre qué
pensaba de la sociedad de hoy en día. “Nunca terminás de conocer a las
personas”, me decía mi viejo mientras me contaba que se había sorprendido sobre
ciertas actitudes de un conocido.
Todos tenemos una suerte de idea sobre las personas, sobre
sus actitudes y nuestras respectivas desconfianzas. Todos desconfiamos de
todos. ¿Será quizás porque todos en algún momento de nuestras vidas nos vimos
traicionados y sorprendidos a la vez por un individuo que nunca pensamos que
nos iba a dar la espalda? ¿Será también porque medimos a todos con la misma
vara y nos hace pensar que estamos solos en el mundo y que solo en nuestros
familiares más cercanos se puede poner las manos en el fuego? Mis familiares y
tres o cuatro amigos solo ponen las manos en el fuego por mí; y creo que está
bien porque, a fin de cuentas, todos somos iguales, todos somos prejuzgadores y
prejuzgados.
Ni bien salimos a la calle nos encontramos con cientos de
personas, todas variadas y muy distintas entre sí; y para cada una de ellas
tenemos un pensamiento previo solo con observar su apariencia – nótese que
escribí “observar” y no “observar detenidamente” -. Es que solo con un pequeño
vistazo podemos relacionar y estereotipar personas gracias a características
que ya hemos visto antes en experiencias pasadas, medios de comunicación o
internet y redes sociales. Por ejemplo: si nos encontramos en medio de la calle
con una persona gorda, auriculares de vincha con la música alta, pantalones
cortos y remera; la mayoría pensaría que es un friki, una persona que
literalmente vive frente a un monitor de computadora, tiene muy poca vida
social, sale muy poco a los boliches, etc. Y puede ser que en realidad esa
persona no es un friki ni mucho menos.
En fin y al cabo tampoco es nuestra culpa sino que la misma
sociedad nos hace así de “crueles” con las personas que no conocemos; porque
además creemos que todos son así con nosotros y es justo esa reciprocidad, es
una ley de la sociedad. Nada ni nadie nos aseguran que las valoraciones
externas que hagamos sean válidas o invalidas, solo son parámetros que sirven
para uno mismo. Una manera de anticiparnos a lo que puede llegar a venir, de
leer al individuo antes de que se nos enfrente y así estar prevenidos.
El prejuzgar viene de los principios de la humanidad, lo
hacemos siempre y lo seguiremos haciendo aunque no queramos. Es inevitable
sacar conclusiones sobre alguien antes de conocerlo, nos tienta a hacerlo.
Quizá sea porque somos seres racionales y nos encanta razonar sobre todos.
Pero cuando alguien más nos juzga se torna molesto, aun más
si el juzgamiento es incorrecto. Es natural debido a que nos damos cuenta que
no aparentamos lo que somos, porque estamos fallando en algo y que gracias a ese
error estamos mostrándonos diferentes a quienes somos en realidad (también hay
que tener en cuenta que muchas personas lo hacen a propósito para aparentar ser
mejores personas de lo que son).
El truco radica en mostrarse como uno es, sin ocultar nada. No
importa lo que la gente hable o diga, todos tenemos lengua y hablamos por hablar.
Hasta el más meticuloso a la hora de expresarse cae en esto.
Además, nadie se salva de la crítica desmedida de la sociedad.
No pretendas caer bien a todos, esto es imposible por la infinidad de gustos y
personalidades. Solo se quien sos sin importar nada, sabiendo que todos prejuzgamos, porque hasta yo mismo, si te cruzo por la vereda, lo puedo hacer.
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