Nieve
Dulces
recuerdos ficticios producto de nuestra imaginación y nuestras experiencias
pasadas, todo eso junto y en combinación con la calidez de unas buenas cobijas
en la madrugada de un día helado, frío, nuboso, nevoso... ¿Nevoso?...
¿Nieve?... ¿En Balcarce?...
Mi madre es
de esas mujeres laburadoras que se levantan bien temprano para tomarse unos
mates antes de irse a su respectivo trabajo, de esas mujeres que con toda la
felicidad del mundo y con toda la amabilidad del planeta, te despierta y te
convida unos mates para que empieces el día con todas las buenas vibras. Ahora,
¿cómo se habrá puesto esa mujer cuando habrá visto nieve? ¿Cómo se imaginan que
me habrá despertado? Bueno, no exactamente me reboleó el mate gritando a los
cuatro vientos que estaba nevando, pero sí con una alegría más notable que la
de cualquier otro día.
Si bien la
nieve no tiene nada de malo, excepto para el perro que duerme afuera, no es
común ver nieve en estas latitudes. Las rarezas en la naturaleza producidas en
los últimos años han producido un asombro en la población común, poniendo como
primer ejemplo a mi mamá, que no se ponen a pensar que estos fenómenos no son
característicos en esta parte del planeta y que, ellos mismos dan cuenta de la existencia de estos
aspectos cuando vás a la despensa de la vuelta de la esquina y, mientras hacés
la cola para comprar el medio kilo de pan y el atado de cigarrillos, escuchás a
la vecina que habla de lo "loco que está el tiempo" y que "esto
antes no pasaba".
Mas allá de
las duras críticas que puede hacer mi vecina con respecto a las inclemencias
del tiempo, hay un punto en el que todos coincidimos, y es que todos alguna vez
sufrimos y/o presenciamos un hecho de estas características. Muchas veces es
sólo una simple nevada o un "calor de locos", frase que mi vecina
sabe recurrir en los últimos veranos refiriéndose al calor inaguantable que se
sufre en esos días. Pero hay veces que no son tan sólo un "valla y pase",
hay veces que no sólo es inaguantable sino que perjudica a quién lo sufre.
Millones en
el mundo pierden sus hogares, o peor aún, pierden familiares; pierden,
simplemente pierden. Mientras nosotros vemos esa simple nevada por la ventana
con las pantuflas de conejito y el café en la mano o en alpargatas con el talón
afuera y un mate calentito, hay muchas personas que afuera están sufriendo por
esos fríos infernales o esos calores que queman, sólo por mencionar a los menos
desfavorecidos y no tocar el tema de las catástrofes naturales. Personas que
sufren y que como pueden salen a trabajar o que conviven en la calle... Mejor
dicho, sobreviven en la calle. Con sus manos heladas calentándose con el vapor
de un aliento tiritante que les da la fuerza para seguir adelante. Todo ello
para poder llegar a casa y que con lo que ganó esa mañana, mande a uno de sus
hijos a la despensa de acá a la vuelta a comprar el medio kilo de pan y un
atado de cigarrillos para sacarse la costumbre...
Eso sí, el
perro ahora duerme adentro.
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